Oculta bajo las aguas del estrecho de Dinamarca, esta cascada submarina alcanza los 3.500 metros de altura y desempeña un papel crucial en la regulación del clima global.
Cuando pensamos en las mayores cataratas del planeta, nombres como Iguazú, Victoria o el Salto del Ángel suelen acaparar toda la atención. Estas maravillas naturales destacan por su espectacularidad, caudal y la majestuosidad de sus caídas. Sin embargo, existe una cascada mucho más impresionante, con una altura 35 veces mayor que el Salto del Ángel y una anchura que deja pequeñas a sus compañeras terrestres. Su único inconveniente: está completamente sumergida bajo las aguas del océano Atlántico, en el estrecho de Dinamarca.
Ubicada entre Islandia y Groenlandia, la catarata submarina del estrecho de Dinamarca alcanza una altura de 3.500 metros, lo que la convierte en la mayor caída de agua del mundo. A pesar de su magnitud, sigue siendo prácticamente desconocida, oculta a la vista y fuera del alcance del turismo tradicional. Pero, ¿cómo es posible que un fenómeno natural de tal envergadura pase desapercibido?
Una cascada invisible bajo el Ártico
A diferencia de las cataratas terrestres, cuya majestuosidad puede apreciarse a simple vista, la del estrecho de Dinamarca se desarrolla en las profundidades del océano. Se trata de una corriente submarina que cae desde la superficie marina, en aguas polares de unos 400 metros de profundidad, hasta un abismo de más de 3.000 metros. Este descenso se extiende a lo largo de una pendiente que abarca entre 500 y 600 kilómetros, mientras su anchura ocupa prácticamente todo el estrecho, unos 480 kilómetros.
El fenómeno es tan vasto como complejo. Según Mike Clare, experto en geosistemas marinos del Centro Nacional de Oceanografía del Reino Unido, “la pendiente tiene un gradiente relativamente bajo, lo que ralentiza la velocidad del flujo”. Para ponerlo en perspectiva, el agua de esta cascada se desplaza a apenas 0,5 metros por segundo, frente a los 30,5 metros por segundo que se registran en cataratas como las del Niágara. Esto hace que, incluso si estuviéramos en el lecho marino, sería difícil percibir la magnitud del caudal que fluye a través de esta gigantesca pendiente.
Un legado de la última glaciación
El origen de esta maravilla submarina se remonta a la última edad de hielo, hace entre 17.500 y 11.500 años, cuando los glaciares esculpieron el fondo oceánico del estrecho de Dinamarca. Hoy en día, las aguas que forman esta cascada provienen de los mares de Groenlandia, Noruega e Islandia, canalizadas hacia el mar de Irminger. Allí, se produce una mezcla de agua fría y densa con corrientes más cálidas, un proceso crucial para la circulación oceánica global conocida como circulación termohalina, que regula el clima del planeta.
La mayor parte del flujo de la catarata ocurre en las capas profundas, a partir de los 200 metros inferiores. Estas aguas frías y densas se desplazan hacia el sur, recorriendo el fondo del Atlántico hasta alcanzar la Antártida, donde se integran en un sistema global de corrientes submarinas que conecta los océanos del mundo.
Inaccesible y prácticamente indetectable
Desde la superficie, no hay rastro evidente de esta inmensa cascada submarina. Según Anna Sánchez Vidal, profesora de ciencias marinas de la Universidad de Barcelona y líder de una expedición al estrecho en 2023, el escenario visible es tan solo un paisaje ártico aparentemente tranquilo. “En la superficie, hay condiciones típicas soleadas del Ártico”, explica. Además, la cascada no es visible desde el espacio, salvo a través de indicadores como la temperatura y la salinidad del agua.
Así, la catarata del estrecho de Dinamarca permanece como una de las grandes maravillas ocultas del planeta. Su existencia desafía nuestra percepción de lo que significa “ver” la naturaleza en su máxima expresión y nos recuerda que todavía hay misterios por descubrir bajo las olas.
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fuente: as